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viernes, 12 de noviembre de 2010

Hermoso día


Era verano, el rey brillaba arriba en el firmamento, extendía sus rayos calentando el lugar. Una gota se formaba en mi frente, qué calor. Seguí caminando por el sendero de cemento, haciendo sonar con gracia las suelas de mis zapatillas contra las ardientes lozas. Ya estaba cerca de la caseta de la entrada, estaba ofuscado por lo caluroso que me sentía, en ese momento me detuve pues habían unas cuantas personas detenidas, conversando amenamente, otras sentadas en unas bancas de madera cercanas que se encontraban bajo un pequeño y sencillo techo de calamina. Pedí permiso, esquivando una y otra, alcanzando finalmente la puerta. Entendí en el momento porqué varios no salían del lugar, pues la puerta estaba cerrada, aún no era la hora de salida. Pasé unos minutos merodeando por el lugar, viendo el vasto jardín y las estructuras que se encontraban tras ellas, sin hablar con nadie, no había con quién, todos estaban sumergidos en sus conversaciones. Nada. Me sequé la frente del poco sudor que emanaba de este. Miré mi reloj azul de plástico y de metal. Faltaba poco. Una risita, una broma, cuchicheos, las livianas y alargadas nubes se movían con tranquilidad, sin apuros, quizá debería aprender de ellas, pensé. Otra carcajada, esta vez de un muchacho robusto y cabello corto, sonrisa frenética. Entonces, un ruido intruso rompe con la monótona sinfonía de sonidos. La puerta se abrió. Ya pueden salir, chicos. Dice en voz alta un señor bonachón con una sonrisa dibujada en su rostro, con su cabeza saliendo por la ventana de la caseta, mirándonos. Hay comentarios al respecto, no les presto atencion, me levanto y me dirijo hacia afuera. Pocos se mueven a diferencia mía, parece que varios serán recogidos por sus padres. Claro, colegio de pitucos, pensé, pocos se atreven a "aventurarse en las fieras y temidas calles" de Santiago de Surco. Llego al umbral y veo que solo dos personas -ambas mujeres- han salido y se encuentran pocos metros adelante mío, al verme, se detienen un poco, parece que desean esperarme -o quizás saben que si caminaremos algunas cuadras en la misma dirección y no cruzamos palabras sería incómodo y extraño-. Una de ellas, la más alta me pregunta con cierta dosis de alegría, ¿vas por La castellana?. Sí. Ah, ok, nosotras también, vamos pues. Ok. Me uno a ellas con cautela, más sudor, me seco un poco, ¿serán los nervios de hablarle a esas chicas o quizá el sol? Caminamos en fila de tres, yo a la izquierda, la alta al medio y la rubia a la derecha. Hermoso día, caluroso también, pienso, viendo como nos resfrecamos cuando pasamos debajo de las hojas que se regocijan por el viento fresco y el elixir de vida que les ofrece el coloso de fuego. La alta rompe el silencio, ¿y como te llamas?, me interroga. Giorgio, le digo levemente tratando de sonar sereno. Yo me llamo Jocelyn, me dice con una bonita sonrisa.

Hermoso día, hermoso y caluroso.


2007

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